Ps. Pilar Montero
Los padres aprensivos son aquellos que constantemente temen que algo les suceda a sus hijos. Ven el peligro real y el imaginado y lamentablemente, siempre tienden a ver a sus hijos como “no capaces” o “débiles”. Si están en los juegos, inmediatamente los visualizan cayéndose y no jugando alegremente. Si juegan con un niño nuevo, corren a su lado por si el nuevo “amigo” se le ocurre pegarle. Ni si siquiera se les ocurre que su hijo podría defenderse solo. Si tocan algo, o hay viento, corren a lavarle las manos o abrigarlos porque podrían enfermarse. Si tosen, es bronco neumonía, y no un resfrío sin importancia. Si van a un paseo de curso, la mamá decide ir o prefiere que el hijo no vaya. Hay miles de ejemplo que muestran no sólo lo mal que lo pasa el padre o madre aprensivo, sino también cómo interrumpen la vida del hijo dificultando que éste desarrolle sus habilidades y sobre todo la confianza en sí mismo.
Si te reconoces en alguno de estos ejemplos, o tu familia o amistades suelen decirte lo aprensivo que eres, es muy importante que comiences a verlo. Todo lo que hacemos o dejamos de hacer, es porque tenemos supuestos que respaldan nuestra conducta.
¿Cómo son los padres aprensivos?
Suelen ser adultos ansiosos, que en general se les hace difíciles los cambios y que tienen una visión deficitaria de los hijos. Es decir, ven siempre aquello que no tienen, en lugar de fijar su atención en sus cualidades. Suelen proyectar además toda clase de fantasías catastróficas en las que involucran a sus seres queridos. Como mecanismo regulador de la ansiedad, son controladores y tienen la falsa ilusión de que si ellos no están, su hijo se desempeñaría muy mal. Creen que los hijos están seguros, sólo donde sus ojos los vean.
En su niñez, pueden haber sido excesivamente sobreprotegidos (imitando actualmente su modelo de crianza) o pueden haber sufrido una crianza negligente e indiferente, jurándose ellos mismos que sus hijos nunca vivirían lo mismo. Por último, están aquellos padres marcados por una experiencia que configuran como traumática y quedan fijados en ese período. Por ejemplo, la madre que tuvo un hijo desnutrido y desde que nació siempre habló de “mi pobre guagua chica” configurando una imagen de debilidad que permanece en el tiempo. El RN desnutrido, se ha transformado hace tiempo en un niño fuerte y robusto, pero la madre sigue tratándolo como un niño débil y continúa dándole toda clase de cuidados, tratos y alimentos especiales. O el padre rescata al hijo de una muerte segura en la piscina y desde entonces es el “milagro” de la familia, brindándole un trato especial y diferente de sus hermanos. Otro ejemplo son los padres que luego de una hospitalización o enfermedad prolongada del hijo, lo tratan para siempre como enfermo y le hacen todo transformándolo en un inútil.
¿Cuáles son los supuestos tras la aprensión de los padres?
Es verdad que nuestros niños son chicos y por ello requieren cuidados diferentes según su edad y nivel de desarrollo. Pero la visión de los padres aprensivos está desfigurada por sus propios temores y ansiedades. Ellos configuran una imagen del hijo(a) como alguien débil, que no puede resolver sus problemas, que hay que hacerle todo. Suelen interrumpir a sus hijos con sus propios temores. Es la madre que corre a levantar a su hijo que se ha caído jugando y no ha pedido ayuda. Es el padre que entra a los niños a las 6 de la tarde a la casa porque hace frío, interrumpiendo su juego con otros niños, en lugar de ponerles una chaqueta. Es la madre, que mientras los niños juegan, entra tantas veces a verlos que los desconcentra; los niños terminan arriba de ella y ella quejándose porque no tiene espacio.
Son padres que no creen en las capacidades de sus hijos: a veces les exigen poco, celebran cualquier tontera y todo les parece difícil. El primer día de jardín infantil está más nerviosa la madre que el niño, poniendo con ello ansioso al niño que lee las señales de angustia en su madre. O cuando el niño va cerrar la ventana, el padre aprieta los dientes al tiempo que grita “¡cuidado, cuidado, los dedos!” desconfiando completamente de su motricidad. Lamentablemente, la aprensión va invadiendo todas las áreas de la vida. Por ejemplo, un niño dice “mamá estoy aburrido”. La mamá aprensiva engancha inmediatamente “bueno, ¿qué quieres hacer?, ¿vamos a la plaza? No, no quieres, ¿quieres invitar a un amigo?”. La mamá normal le responderá con naturalidad “busca algo para entretenerte, los niños inteligente se entretienen solos”. Mientras la madre ansiosa se hace cargo del estado emocional del hijo perdiendo la distancia, le envía además el mensaje de que él no es capaz de solucionar su problema y entretenerse solo. La otra madre, por el contrario, le devuelve de inmediato la responsabilidad de su estado de aburrimiento. De ese modo, lo hace sentirse capaz de solucionar su problema y además, da por sentado que es inteligente.
¿Cuál es la visión de mundo que le transmiten los padres aprensivos a sus hijos?
Para estos padres el mundo es un lugar difícil y peligroso: un lugar poco seguro para sus niños. La madre lleva una semana sin dormir porque será el primer día de jardín de su hijo. Lo lleva con cara de funeral. Le transmite, sin necesidad de hablar (con todas las claves no verbales), que el jardín es un lugar terrible, que estar sin la mamá es peligroso porque nadie lo protegerá y que no cree que lo pase muy bien. Muy diferente es la madre que lo levanta entusiasmada, le saca fotos, le cuenta que será su primer día en el jardín, que habrán niños, tías, juegos, que él es un niño grande que lo pasará muy bien y que cualquier cosa que necesite, estará la tía que es como la mamá del jardín.
Todos los actos aprensivos transmiten falta de confianza en el mundo. El primer logro de desarrollo de los niños es la Confianza Básica. Esto es confiar que nada les faltará, que va llegar el pecho nutritivo o la mamadera llena de leche, que si se quejan llegará la mamá alegre a solucionar su problema, a hacerles risas, a mudarlos. El niño aprende que tiene cierto control en lo que pasa; que si llora, se le atiende; que si ríe, todos ríen con él. Aprende a tener confianza en su entorno, a arrojarse confiado a un mundo que lo recibe con los brazos abiertos. Comienza a ver el mundo como un lugar seguro, acogedor, amoroso, rico. Lentamente la madre, segura y confiada en ella misma y el mundo, va haciendo la transición, dándole más poder al niño. Es él quien puede progresivamente ir haciéndose cargo de resolver sus problemas. Puede caminar, puede tomar aquello que quiere, puede caerse y pararse. Puede tomar el lápiz y dibujar. Puede jugar con los niños en la plaza, puede irse castigado y volver luego a retomar el juego. Puede dormir solo en su cama, luego ir al jardín y dejar el chupete. Puede aprender a leer en el colegio, aprender a defenderse y luego entrar a la liga de futbol. De joven puede enamorarse y elegir bien… La confianza es la base del poder y es eso lo que debe transmitir cada uno de nuestros actos.
La confianza en sí mismo, en los demás y en el mundo, se cultiva desde el primer día de nuestros hijos. Lo contrario, es pararse en el miedo y reflejar en cada acto la desconfianza. Lamentablemente, no podemos transmitir aquello que no tenemos y el dejar de ser aprensivo es un proceso de autoconocimiento y desarrollo bastante complejo, ya que como hemos visto abarca la visión y las expectativas de sí mismo, del otro y del mundo.
¿Y ahora que sé que soy aprensivo qué hago?
Este es sólo el primer capítulo que permite identificar las conductas aprensivas, el enorme riesgo que esto implica para nuestros hijos y lo urgente que es lograr un cambio en los padres.
Muchas veces detrás de la aprensión hay cuadros ansiosos como trastorno de ansiedad generalizada, o identificación con modelos de crianza equivocados. Se sugiere consultar a un psicólogo, para iniciar un proceso muy lindo que es de transformación y de logro de una mayor libertad. La forma de pensar es entrenable y se puede aprender. Al hacerlo mejorará enormemente la vida y la satisfacción tanto de los aprensivos como de las personas objeto de esa aprensión.
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